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ONU: del sueño de la paz mundial a un gigante paralizado por intereses

Cuando se fundó la Organización de las Naciones Unidas en 1945, el mundo salía de la peor guerra conocida por la humanidad. Su misión era clara: evitar otra catástrofe bélica, promover los derechos humanos y garantizar la cooperación entre los Estados para que nunca más la ambición de unos pocos se llevara millones de vidas.


El pacto internacional supuso entonces una esperanza inédita. El Consejo de Seguridad, la Asamblea General y sus múltiples agencias se presentaban como herramientas destinadas a proteger a la humanidad. En aquel momento, la ONU "sí servía": era el espacio diplomático donde las potencias podían negociar antes de lanzarse a la guerra, el foro que legitimaba acuerdos y el paraguas que amparaba a los países pequeños frente a los más fuertes.


Hoy, sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿La ONU todavía sirve para algo?


Un organismo atrapado en su propia estructura


La principal crítica apunta al Consejo de Seguridad, núcleo de decisiones sobre paz y seguridad internacional. Allí, cinco países; Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia; conservan el privilegio del veto. Un solo “no” basta para bloquear cualquier resolución, aunque la mayoría del mundo esté de acuerdo.


Este diseño, pensado tras la Segunda Guerra Mundial, ya no responde a la realidad actual. Los conflictos del siglo XXI, desde Ucrania hasta Gaza, pasando por Sudán o Yemen, han mostrado la parálisis total de la ONU cuando alguno de los miembros permanentes tiene intereses en juego. India y otros países emergentes lo han dicho con claridad: el Consejo es “arcaico” y “carece de eficacia”.


Resoluciones que nadie cumple


La Asamblea General aprueba resoluciones simbólicas, pero sin mecanismos que obliguen a los Estados a cumplirlas. Queda en manos de la buena voluntad política. Y esa voluntad rara vez aparece cuando hay recursos estratégicos, geopolítica o poder militar en disputa.


En las misiones de paz, la situación no es mejor: en Ruanda, Bosnia o más recientemente en la República Democrática del Congo, los cascos azules fueron acusados de llegar tarde, con mandatos débiles, o directamente de no proteger a las poblaciones vulnerables. Cada fracaso erosiona la credibilidad de la institución.


La dependencia económica y política


Los programas de desarrollo, derechos humanos y asistencia humanitaria de la ONU dependen casi por completo de los aportes de los Estados. Los grandes donantes condicionan los fondos y, por lo tanto, también las prioridades. Si Estados Unidos, China o Europa retiran o limitan su financiamiento, las agencias se ven obligadas a recortar operaciones.


En otras palabras, la ONU es un gigante rehén de los poderosos: sobrevive porque a las grandes potencias todavía les resulta útil como escaparate diplomático, como instrumento de “soft power” o como foro que da una pátina de legitimidad a sus decisiones.


¿Por qué entonces se sostiene?


A pesar de todo, la ONU se mantiene viva por tres razones:


  1. Legitimidad simbólica: incluso los países pequeños encuentran en ella un espacio de voz y representación.

  2. Intereses de las potencias: que preservan el veto como un seguro para proteger sus propios planes geopolíticos.

  3. Imagen internacional: ningún Estado quiere cargar con el costo político de retirarse de la ONU o declararla muerta.


Los hechos que confirman el desgaste. La evidencia se acumula:


  • El número de conflictos armados activos en el mundo es hoy uno de los más altos de la historia reciente, pese a décadas de existencia de la ONU.

  • Las críticas de países como India al Consejo de Seguridad se repiten en todas las cumbres internacionales.

  • El fracaso en reducir la pobreza extrema demuestra que las recomendaciones del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo no han transformado las estructuras de desigualdad global.

  • Informes de prensa y académicos describen al organismo como un “tigre de papel” o un “club de debates sin dientes”.


¿Un organismo inútil?


Decir que la ONU “no sirve para nada” sería injusto: aún cumple roles en salud, educación, ayuda humanitaria y derechos humanos. Pero resulta innegable que su misión fundacional, garantizar la paz y la seguridad internacional, está lejos de cumplirse.


Lo que hoy vemos es una organización atrapada en su propia burocracia, frenada por los vetos de unos pocos y dependiente de los aportes de los mismos que bloquean sus decisiones. Una especie de ritual diplomático que se mantiene más por inercia que por eficacia.


El dilema de fondo


La humanidad necesita mecanismos de cooperación global frente a guerras, crisis ambientales, pandemias y desplazamientos masivos. Pero la ONU, tal como está, no parece capaz de responder a esos desafíos.


Reformar el Consejo de Seguridad, limitar el poder de veto, asegurar financiamiento independiente y abrir más espacio a la sociedad civil son pasos que se discuten hace años sin resultados. Mientras tanto, los conflictos se multiplican y la ONU observa desde la platea.


Conclusión


La ONU fue el gran sueño del siglo XX: un mundo que aprendía de sus errores y se unía para garantizar la paz. Hoy es, en gran medida, un símbolo vacío sostenido por intereses cruzados.


Lo que alguna vez sirvió para evitar guerras y legitimar acuerdos, ahora funciona más como un escenario de discursos que como un verdadero actor del orden mundial. La pregunta que queda abierta es si la humanidad tendrá el coraje de crear algo nuevo o seguirá confiando en un organismo que, aunque vivo, parece cada día más inútil.


ree

 
 
 

1 comentario

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Invitado
27 sept
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Excelente 👍 artículo de reflexión y acción. Creo que más temprano que tarde, nacerá otra ORGANIZACIÓN.

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