google-site-verification: google4de8d2c53f298c40.html
top of page

Viajar seguido: el costo oculto de una vida en movimiento

Durante más de quince años he vivido entre aviones, terminales y habitaciones de hotel. Como periodista turístico, viajar no solo es parte de mi rutina: es mi vocación. Se supone que es un privilegio, y lo es, pero con el paso del tiempo descubrí que, a pesar del glamour aparente, vivir con la maleta lista puede traer consecuencias silenciosas para la salud física, emocional y mental.


Viajar con frecuencia no siempre es sinónimo de disfrute. A menudo, implica someter al cuerpo a cambios constantes de clima, horarios, alimentación y sueño. También significa lidiar con la desconexión afectiva, el agotamiento mental y una sensación persistente de no pertenecer a ningún lugar. Este artículo no es una queja, sino una reflexión urgente: ¿qué precio estamos pagando los que vivimos en tránsito constante?


El impacto físico: el cuerpo en modo supervivencia


Uno de los primeros efectos que percibí fue el desgaste físico. Las alteraciones del sueño debido a los cambios de huso horario, conocidos como jet lag, afectan la calidad del descanso, debilitando el sistema inmunológico. La exposición continua al aire acondicionado de los aviones o salas de espera reseca la piel y las mucosas, lo que puede predisponer a infecciones respiratorias.


Además, la alimentación fuera de casa, muchas veces rica en sodio y grasas saturadas, desbalancea el sistema digestivo. El sedentarismo en vuelos largos o esperas extensas también podría incrementar el riesgo de trombosis venosa profunda, especialmente si no se realizan ejercicios circulatorios.


Soluciones:


• Hidratarse constantemente antes, durante y después del viaje.

• Llevar snacks saludables para evitar comidas procesadas.

• Programar rutinas de estiramiento o caminatas, incluso en aeropuertos o estaciones.

• Tratar de mantener un horario de sueño lo más regular posible.


El desgaste emocional: la nostalgia permanente


Estar en constante movimiento significa perder celebraciones, momentos cotidianos y vínculos afectivos importantes. Las despedidas se vuelven rutina y, muchas veces, uno comienza a construir relaciones con fecha de vencimiento.


El concepto de “hogar” se diluye. Vivir de hotel en hotel puede sonar atractivo, pero también genera una desconexión emocional con lo estable. Esto puede desencadenar tristeza, ansiedad o una sensación de vacío que se disfraza bajo la adrenalina del próximo destino.


Soluciones:


• Crear rituales personales de conexión emocional en cada destino (llevar un objeto significativo, hacer videollamadas con seres queridos, mantener diarios de viaje).

• Establecer tiempos claros de pausa entre viajes para reconectar con el entorno familiar y emocional.

• Buscar acompañamiento terapéutico, especialmente si el estilo de vida comienza a afectar la salud emocional.


La fatiga mental: siempre alerta


Organizar viajes, cumplir agendas ajustadas, lidiar con retrasos o imprevistos genera un estado de hiperalerta constante, lo que sobrecarga el sistema nervioso. A largo plazo, esta hiperactividad puede derivar en agotamiento mental o síndrome del viajero frecuente, caracterizado por una pérdida de entusiasmo, desconcentración y disminución del rendimiento.


El cerebro, lejos de disfrutar, empieza a funcionar en automático.


Soluciones:


• Practicar técnicas de meditación o respiración consciente para bajar el ritmo cerebral.

• Reducir actividades multitarea durante el viaje.

• Incorporar momentos sin pantalla para recuperar atención plena.


El regreso: ¿Volver a dónde?


Viajar seguido también implica vivir con el desajuste del retorno. La famosa “depresión post-viaje” no solo ocurre tras unas vacaciones; en quienes viajan por trabajo, se transforma en una inestabilidad identitaria. Volver a casa puede sentirse más extraño que llegar a un país desconocido.


Soluciones:


• Construir un espacio físico que realmente represente hogar, aunque sea simple.

• Sumar anclas simbólicas (plantas, libros, aromas) que generen familiaridad al volver.

• Planificar los regresos con actividades que reconecten con lo propio (reuniones con amigos, rutinas personales, tiempo de descanso).


Conclusión


Viajar es, sin duda, una fuente de crecimiento y descubrimiento. Pero cuando se vuelve constante, sin pausas, puede convertirse en una experiencia que erosiona cuerpo, mente y emociones. Mi caso, lejos de ser una excepción, refleja lo que muchos profesionales del turismo, la cultura, el arte o los negocios enfrentan cada día.


Tal vez sea hora de hablar más abiertamente sobre el costo de estar siempre yendo. Y, sobre todo, de diseñar formas de viajar que no solo nos conecten con el mundo, sino también con nosotros mismos.


Miguel Ledhesma



ree

 
 
 

2 comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
CARMARP
31 jul
Obtuvo 4 de 5 estrellas.

Añadiría la culpabilidad por la huella de carbono generada. Ahí las estrategias son minimizarla conscientemente en la planificación (selección de medios de transporte y alojamientos, cuando es posible o bien demandarlo), durante el desarrollo (por ejemplo en el tipo de compras y demás consumos, también gastronómicos, lo más locales posible y redundando a la comunidad, o rechazando prácticas poco éticas y ecológicas) y, además, sí o sí compensar plantando vegetación. Quizá el código ético de la OMPT también debe explicitar el cuidado emocional de los PT e incluir programas de compensación ecológica. Lo demás más o menos está recogido, depende del nivel de compromiso individual. Pero muy acertado el análisis. Se nota en primera persona.

Me gusta

Lila Voeffrey
31 jul
Obtuvo 5 de 5 estrellas.

Muy buen análisis de una realidad cotidiana

Me gusta

©2019 by Foro de Periodismo Turístico. 

bottom of page